A lo largo de 8.000 años de historia sacerdotes y curanderos egipcios, griegos, chinos, hindúes y americanos, han preparado sus fórmulas de salud mediante plantas curativas, hojas, flores y raíces.
Los antropólogos coinciden en que el hombre empezó a usar la aromaterapia involuntariamente a base de quemar hojas secas y troncos para avivar el fuego. Así, de estas primitivas hogueras fluían agradables aromas perfumados que se empezaron a considerar cruciales en la ofrenda a los dioses. Como las enfermedades estaban totalmente relacionadas con la influencia de los malos espíritus en el cuerpo, se empezó a creer que las fragancias ofrecidas a los dioses debían tener el poder de beneficiar a los humanos.
En el en el s. XX, Rene-Maurice Gattefosse, un importante químico francés, por casualidad, descubrió las propiedades medicinales del aceite esencial de Lavanda cuando lo aplicó a una quemadura sobre su mano después de sufrir un accidente en su laboratorio.
Tras observar los asombrosos resultados, investigó las propiedades químicas de los aceites esenciales y registró su uso para tratar quemaduras, infecciones de la piel y ampollas en los soldados durante la 1ª Guerra Mundial. Así, Gattefosse fundó la ciencia de la Aromaterapia y el uso de aceites esenciales.
Desde los años 50 hasta la actualidad, profesionales de la salud, fisioterapeutas, enfermeras, cosmetólogos y masajistas, han venido usando aceites esenciales como alternativa a los antibióticos.
De este modo, hoy por hoy podemos hablar de la Aromaterapia como la ciencia de las fragancias naturales que cura las dolencias físicas y estabiliza los estados emocionales del ser humano.


