Al rico GAZPACHO
Mientras en Europa los francos y los visigodos se machacaban a golpes, los cocineros de la Península Ibérica llenaban los morteros de ajos, tomates y hortalizas, para preparar los primeros Gazpachos.
El origen de este puré de verduras es de carácter muy humilde. Lo consumían los segadores en sus largas jornadas al sol para hidratarse y por su poder saciante. Más tarde se extendió al resto de la población, que lo acogió felizmente pues en la mayoría de los casos no poseían dientes para roer pan. Y lo cierto es que Cervantes, en un tono un tanto peyorativo, ya lo cita en boca de Sancho;
“Más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre”.
Pero no fue hasta principios de siglo que el famoso endocrino Dr. Gregorio Marañón reconoció este platillo como una de las combinaciones más sanas y equilibradas de nuestra gastronomía: “… el gazpacho, sapientísima combinación de todos los simples alimentos fundamentales para una buena nutrición…”
Más tarde científicos americanos, suecos y alemanes adoradores de la Dieta Mediterránea por su equilibrio alimentario, han asegurado que el Gazpacho es algo así como la panacea, el “summum” de la nutrición.
Así que el Gazpacho nos viene acompañando a lo largo de siglos durante los meses de verano, como un fresquito puré de verduras apetecible a cualquier momento y rico en vitaminas.
En su composición el aceite trabaja como emulgente y soporte de los perfumes de las hortalizas de la huerta, y el vinagre por su parte lo alegra tímidamente.
Aunque el más conocido es el Gazpacho andaluz, existen múltiples variantes; el de Ajoblanco, el Salmorejo, el Extremeño, e incluso el Pastor que se toma caliente con trocitos de carne de cordero.
